lunes, 21 de diciembre de 2015

Reforma estructural: ¿Oportunidad u obligación?

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En estos momentos de efervescencia y calor (fenómeno del niño y demás ingredientes), la economía colombiana debe decidir si prepara una reforma tributaria o si por el contrario asume la desaceleración como una oportunidad para – por fin – hacer cambios estructurales.

Las economías neoliberales de Latinoamérica (México, Colombia, Perú y Chile), afrontan en la actualidad desafíos interesantes. Éstos han generado que estas economías sigan estando en la mira de los inversionistas, no necesariamente por lo bueno, sino porque se ha generalizado la desaceleración económica producto de la tendencia a la baja de los precios de los “commodities”. Esto aunado a la desaceleración de la economía China, siendo ésta una de las principales compradoras de dichos “commodities”.

Para el caso colombiano, por ejemplo, es necesario que se piense en una reforma estructural, pues creciente déficit fiscal – que se incrementará con el posconflicto – supone una inminente reforma tributaria, en donde el principal impuesto que surgiría sería el de la paz. Es decir, como siempre, quienes pagan los platos rotos son los ciudadanos y su aparato productivo. Para evitar esta situación –nada halagüeña– es necesario que el Estado proponga una reforma estructural y participativa, es decir una en la que se construya conjuntamente entre el Gobierno y el sector privado. En esta reforma se deben consensuar los pilares fundamentales para atacar la dependencia de los bienes o actividades primarias (commodities), como principal aportante del PIB.

En la medida en que se establezca una planeación estratégica del Estado, se podrá empezar a trabajar en soluciones de largo plazo. En esta reforma estructural se deben establecer prioridades en materia de industrialización, competitividad, productividad, informalidad económica y por supuesto la corrupción, la que no deja de ser un mal endémico. En materia industrial deben crearse mecanismos innovadores para financiar el aparato productivo y que se fomente la inversión en esta materia (tanto local como extranjera). En lo que respecta a la competitividad, se debe trabajar conjuntamente en un plan de choque frente a los pilares más problemáticos establecidos en el reporte global de competitividad del Foro Económico Mundial, donde lo más desafiante es la corrupción, infraestructura y la tasa de impuesto –la más alta de la región–. La tasa impositiva debe ser disminuida significativamente para retomar la confianza inversionista, sobre todo por la necesidad de financiación de la precaria infraestructura actual.

Por el lado de la productividad, se debe enfocar el esfuerzo en la educación, donde lo más importante es la básica y sobre todo para los estratos más necesitados. Al respecto, se debe pensar en la inclusión de cátedras, desde edades tempranas, de innovación, tecnología de la información y emprendimiento, impartidas por supuesto por emprendedores exitoso. De igual manera la misma suerte debería correr la educación técnica y profesional, pero sobre todo especializada en los sectores de la economía que se establezcan como objetivo en la planeación estratégica del Estado. En lo que respecta a la inclusión de la informalidad económica, se deben crear incentivos tributarios de toda índole que faciliten la generación de confianza de los económicamente informales.

Es por eso que una reforma estructural no sólo representa una oportunidad estratégica para el Estado colombiano sino que se convierte en una obligación, pues facilitaría la creación de alternativas disruptivas de crecimiento económico, pero sobre todo que sea sostenible y no dependiente de un sector como el de hidrocarburos, del cual no se tiene control alguno.

Colombia y su carta al niño Dios

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En esta época en la que comenzamos a preparar la lista de deseos, y sobre todo a pedir por la paz y la reconciliación y de paso la financiación de la misma, es momento también de reafirmar el compromiso que tenemos con el país del Sagrado Corazón.

Con una correlación casi perfecta pero nefasta entre los precio internacionales de las materias primas colombianas y el la tasa de cambio, la política monetaria colombiana comienza a ponerse color de hormiga. De hecho ya empezamos a padecer una inflación peligrosamente alta, que dicho sea de paso se convierte en el más caro de los impuestos que cualquier ciudadano pueda tener. El inminente anuncio de la FED con relación al incremento de las tasas de interés, coadyuvará a la turbulencia de uno de los principales insumos de la economía colombiana: El dólar. Por esto y por muchas cosas más, la lista de deseos del Gobierno, parece interminable.
A mi juicio uno de los principales pedidos de esta lista, tendrá que ver con la planeación estratégica que el Estado y no los gobernantes, preparen y ejecuten en los próximos veinte años. En esta planeación es primordial que le pidamos al niño Dios por la inclusión de ejecutivos en las diferentes instituciones del Estado. Es que con la participación de ejecutivos en las diferentes juntas directivas de las entidades del Estado, no sólo se le aporta ideas disruptivas sino sirve como veeduría de la transparencia en la ejecución de las políticas derivadas de la planeación estratégica.
Otro de los pedidos es que en esa planeación estratégica se establezcan reformas estructurales del Estado. Esto significa que cualquier reforma que se plantee no sólo debe estar ligada a una reforma tributaria. Por el contrario, cualquier reforma que se establezca como parte integrante de la planeación estratégica del estado colombiano, deberá ser tan innovadora que minimice la financiación del déficit fiscal por parte de los ciudadanos, es decir que cualquier iniciativa deberá autofinanciarse. En este aspecto, las alianzas público privadas, será el mejor mecanismo de financiación, incluyendo el posconflicto.
En materia de transformación profunda de caras al desarrollo económico, la lista de deseos la debe encabezar una reforma en la educación básica primaria, secundaria, técnica, vocacional y profesional. La transformación del modelo de educación en Colombia debe estar ligada a las perspectivas económicas del país, pero sobre todo que promueva el emprendimiento y la innovación. Con ello, se podrá pensar en cambiar la fuerte dependencia del modelo económico colombiano, en los recursos naturales.
Otra de las peticiones en esa larga lista de deseos tiene que ver con la modernización del Estado y de sus instituciones. La profesionalización de los servidores públicos y que éstos se capaciten y sean escogidos por meritocracia, deberá ser uno de los principales aportes los políticos. Si se tiene una voluntad seria de combatir el flagelo de la corrupción, que dicho sea de paso es el pilar más problemático para la competitividad de Colombia según el Foro Económico Mundial, se debe pensar en profesionalizar y especializar a los funcionarios públicos. Por cierto, son muchos los funcionarios públicos que podrían actuar como líderes transformacionales y de paso coadyuvar con el cambio. Por otro lado, cualquier participación constructiva en política por parte de los ciudadanos de a pie, será más que necesaria, pues convertirá a un pueblo mucho más crítico, pero sobre todo uno combatiente de la ausencia de memoria al momento de ejercer su derecho al voto.